A diferencia de la mayoría de los síntomas del COVID, que aparecen días o semanas después de la infección, normalmente notarás la caída del cabello entre dos y tres meses después. En general, los casos de efluvio telógeno no relacionados con el COVID hacen que el pelo empiece a caerse en unos tres meses.

Sin embargo, las investigaciones realizadas en los últimos años han demostrado que el efluvio telógeno acelera la caída del cabello. Un pequeño estudio de 30 pacientes con COVID descubrió que la media de aparición del efluvio telógeno era de 45 días. La naturaleza retardada de estos síntomas es lo que hace que la mayoría de la gente se quede con la boca abierta.

Dado que hay más folículos pilosos de lo normal en la fase de letargo y han empezado a desprenderse, las personas suelen ver cambios en su cabello cada vez que agitan el cuero cabelludo. Al principio, aparecerán mechones de pelo al cepillar el cabello o después de la ducha. A continuación, el cabello empezará a perder grosor a las pocas semanas de ver los mechones.

Es importante recordar que la caída del cabello se debe a una interrupción del proceso de crecimiento y regeneración, no a un daño real del cabello. El cabello volverá a crecer con el tiempo porque los folículos siguen estando presentes.

Tratamiento

En cuanto al tratamiento, no se recomienda ningún medicamento para ayudar en los casos agudos de caída del cabello. Aparte de la paciencia, la mejor manera de evitar la caída del cabello es manipularlo con cuidado. No tires del pelo cuando lo peines y asegúrate de usar un acondicionador cuando te duches para reducir los enredos. Los rizadores, las planchas u otros aparatos que calientan el pelo pueden dañar o debilitar los folículos pilosos.

En verano, llevar un sombrero puede reducir los daños causados por los fuertes rayos ultravioleta. Por muy cómodo que resulte llevar el pelo recogido en una coleta o diadema ajustada, la tensión que se ejerce sobre el cabello puede romperlo y hacerlo más propenso a caerse. Evita cualquier peinado que ejerza tensión sobre el cabello.

También es beneficioso practicar técnicas para aliviar el estrés, como el yoga, la meditación u otra forma de ejercicio. La relación entre la pérdida aguda del cabello y el estrés es cíclica en muchos casos. Perder el cabello puede generar un estrés no deseado, y ese estrés puede empeorar la caída del cabello.

Aunque la mayoría de los casos son de corta duración, el COVID puede causar un efluvio telógeno crónico que dura varios años. Las personas que experimentan síntomas de COVID de larga duración son las más propensas a sufrir una caída crónica del cabello.

Aunque no sea necesario el uso de cualquier tipo de medicamente, también es importante apoyar al cuerpo para mejorar sus capacidades, especialmente a la hora de combatir los efectos posteriores de este virus. El SARS-COV-2 sigue teniendo miles de incógnitas y por ello es mejor ofrecer nutrientes adicionales para que pueda mantenerse activo frente a cualquier amenaza.

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